“El ejercicio consistía en poner 5 cubos con alfalfa. Cada cubo representaba una virtud y el caballo simbolizaba mi peor defecto.
Mi propósito era defender mis virtudes ante el empuje de mi principal defecto, la negatividad.
La negatividad se ha dirigido primero a mi inteligencia, a la que he conseguido proteger. Después ha encarado a mi voluntad y también la he defendido. Y, a continuación, lo ha intentado también con mi sociabilidad, consiguiendo alcanzarla y comer del cubo.
Derrotado, he acabado saliendo del círculo, abandonando todas mis virtudes, para marcharme sólo con mi negatividad.
Mi conclusión: que la negatividad sólo me vence cuando la alimento.”
AnónimoAlimentar la negatividad (Un ejercicio de PAE: Psicoterapia Asistida por Equinos)
“Por la mañana, a las ocho, he hecho una sesión de yoga. Esto de comenzar la mañana haciendo ejercicio es de las mejores costumbres que he adquirido en CITA. Enfrentas la mañana con mejor humor y con más satisfacción.
Por la mañana, he asistido al taller con Marta sobre lenguaje corporal. Después, tocaba socio-terapia con Andrea. Después del almuerzo, he tenido una entrevista con Santi. Muy interesante, como siempre.
Hemos tratado el tema del ideal, de la auto-exigencia, de mi hartazgo, y de mi alcoholismo… Son temas distintos que yo tiendo a mezclar. Y esto es un error. Mi hartazgo llegó por mi falta de deseo y esto desembocó en mi alcoholismo. El ideal y la auto-exigencia son algo más profundo, algo aprendido. Ambas cosas me hacen poner el foco en mis incapacidades, rechazando poner de relieve todo lo que hago bien. Y esto me frustra. Es imposible llegar a todas las cosas. Hay que asumirlo y quedar advertido, porque mi forma de ser siempre me lleva a este estado. Hay que tratar de hacer las cosas ben, pero no castigarse por aquello que no hacemos bien. Nadie lo hace todo bien. Esto yo lo llevo sobre todo a los terrenos que más me importan en la vida: mi familia y mi trabajo. En el caso de la familia, entablo una competición con mi mujer para ver quien lo hace mejor en casa. En el trabajo, busco la satisfacción de los clientes, incluso en temas que no tienen nada que ver conmigo. Y hay que estar atento a estos mecanismos.
He tenido también terapia con Xelo. El tema tratado ha sido el de la culpa. La culpa que siento tiene que ver sobre todo con los niños. Que ellos me hayan visto borracho y que haya conducido borracho con ellos en el coche es lo que realmente me remuerde la conciencia y lo que más me pesa. También puede aparecer la culpa como un sentimiento de traición a mis principios; por ejemplo, en la sensación de haber traicionado mi idea de ser padre al ponerme y ponerlos en riesgo al conducir. Según Xelo, ahora puedo tomar conciencia de estas cosas porque tengo tiempo para pensar, no bebo, y conecto mis pensamientos con mis emociones. Anteriormente no lo hacía y funcionaba como un autómata.”
AnónimoAprender a conectar mis pensamientos con mis emociones
“Ingresé en CITA no sólo por mi adicción al alcohol sino también por un intento de suicidio. Con el tiempo y varias terapias, he llegado a la conclusión de que mi problema no es el alcohol sino mi personalidad, no saber decir que no en el momento apropiado, entre otras cosas.
Todos los talleres del centro me han servido de mucho, sobre todo a reforzar mi carácter, pero uno de ellos, el PAE, me ha ayudado a conocer cómo soy, mis debilidades y los lazos con mi familia; ha sacado de mí cosas que ni recordaba y me ha permitido verme tal como soy: una mujer sensible, buena y esforzada, que da mucho y a veces no recibe suficiente. Gracias Chelo y gracias Luís por ayudarme a ser como ahora soy; ahora soy consciente de las cosas que tengo que rectificar y de que tengo que ser más fuerte.”
AnónimoAprender a decir que no
“Llegué a CITA avergonzado y aliviado a la vez. Aunque de manera ritual y en consumos casi siempre moderados de cocaína –si es que esto no es una contradicción en los términos- llevaba ya muchos años de consumo. Los últimos años eran consumos compartidos con mi mujer (aunque ella con menos compulsión), siempre en casa y de manera discreta.
¿Y qué trastocó esta dinámica y me llevó a un centro tan lejos de mi familia? Muchas cosas: la responsabilidad (nuestros hijos crecen y no sé con qué autoridad moral vamos a decirles que no hagan lo que sus padres hacen), el hastío (lo que en principio tenía el sabor de lo prohibido tiene ahora la amargura de una servidumbre que provoca cansancio y tristeza), el dinero (algunas veces he calculado el dinero consumido en este círculo vicioso y vacío), la salud (ya no me siento inmortal), y también la mentira (llevaba un año consumiendo a espaldas de mi pareja). Lo peor, después de tomar la decisión y darme cuenta de que yo no podía dejarlo si contaba sólo con mis propias fuerzas, fue comunicarlo a la familia.
En CITA aprendí a ser capaz de tomar distancia con mi problema, de reflexionar y de aprender de los demás (de los que lo conseguían y de los que recaían y volvían a intentarlo). Ahora, cuento los meses que llevo sin consumir y espero el día en que pueda perder esta cuenta.”
AnónimoAvergonzado y aliviado