En el centro de tratamiento de adicciones CITA queremos compartir el testimonio de uno de nuestros pacientes.
Todo lo perdí. En menos de un año todo lo perdí. Perdí el amor de mi vida. Perdí mi trabajo y mi negocio. Perdí a mi hija. Perdí a mis amigos. Perdí mis ahorros. Perdí a mi familia. Después, durante siete años, fui vapuleado por el destino: demandas, denuncias, tribunales, banquillos, embargos, la enfermedad de mi hijo. Luché contra la incomprensión, la injusticia, el odio, la envidia, la revancha, el desconocimiento y la mediocridad. También me enfrenté a las calumnias y a las difamaciones y, como no, a los insultos, las humillaciones y los desprecios.
Pero todo lo gané. Sí, todo. Y lo que afirmo no es un contrasentido. La primera reacción a todo aquello fue lógicamente de rencor y odio. ¿Lógicamente? En realidad, si uno se detiene a pensar en estos sentimientos, lo único que conducen es a añadir más sufrimiento, si cabe, tanto a ti como a los que quieres. El rencor es como una planta que se hunde en la tierra y se pudre lentamente. Se ciega y se convierte en odio. Y éste te lleva al infierno en nada. El perdón, en cambio, sigue el orden natural, haciendo que la planta crezca hacia el exterior. Y al recibir la lluvia y el viento, se fortalece. Con el sol, se llena de vida y muestra toda su hermosura. El perdón, paulatinamente, se transforma en amor universal y es en ese momento cuando eres consciente de que todos los durísimos golpes que recibiste tuvieron una utilidad. Ahora soy fuerte, ahora estoy dispuesto a afrontar la vida. Ahora soy un hombre.
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Autor: Comunicación Clínicas CITA