Después de un año…
Me voy de CITA, CITA ha sido mi hogar y como un faro en la noche ha guiado mis pasos durante estos meses. Ha sido un año en el que no he parado de hacer cosas y en el que me he sentido más vivo que los años que pasé embotado. Me gusta pensar en CITA como en una escuela que prepara a sus alumnos para enfrentarse a la vida desde una perspectiva diferente a la que les trajo aquí.
Entré en CITA el 4 de agosto de 2013 despistado, inconsciente, perdido en una existencia cuyo único sentido era el consumo, mi pensamiento era tóxico, engañoso y autodestructivo. No tenía ni idea de las emociones que padecía que iban desde el remordimiento, al rechazo de mi vida, el aburrimiento, el aislamiento, la angustia, la indignación, el odio, el rencor… La relación con mi familia padecía por mi comportamiento y yo me distanciaba cada vez más. ¿Dónde estaban la satisfacción, el buen humor, el entusiasmo por la vida y la alegría? ¿Dónde el chico feliz y simpático de un pasado ya remoto?
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Soy demasiado joven y mi existencia está libre de grandes tragedias como para considerar un sufrimiento externo como justificación de mi estado de entonces. El consumo era la punta del iceberg de mis problemas y en última instancia me distanciaba de la posibilidad de comprenderlos, afrontarlos y superarlos. Todo venía de mi interior, de mi posicionamiento frente a los sucesos de mi pasado, de la actitud dramática con la que abordaba el presente, de un ser demasiado mental, con tendencia al aislamiento y poco presente en el aquí y el ahora, de un constante juego de opuestos de gobernaba mi mente por un lado un juez cruel y despiadado y por otro una víctima huidiza y quejumbrosa.
Dejar de consumir para mí no conllevo un esfuerzo enorme, lo duro fue sostener la abstinencia en el tiempo y más con la dificultad de experimentar el abandono del consumo como la perdida de una amante incondicional -te prometí que estaría contigo a las duras y a las maduras y tú vas y me dejas así tirada de un día para otro- me decía esa parte de mí que no terminaba de hacerse a la idea de renunciar. Esta idea fija todavía me persigue y he de agradecer a mis terapeutas Xelo, Checho, Kari y Marta no haber desistido ante la pesadez, la insistencia y la permanencia de esta en las terapias.
Una de las primeras cosas que más me ayudó desde un principio fue la estructura diaria, la imposición de límites y la privación de lo que yo consideraba “libertad”. Los recuerdos de los primeros meses me remiten a los estupendos talleres que realizaba mi psicóloga Kari, sobre todo al de “perdonar y perdonarse” .Cuando acudes a una de estas terapias y se habla de la autoestima, la asertividad, la tolerancia a la frustración, la aceptación… Yo me quedaba pensando, ¿cómo no me habré dado cuenta antes de esto o de aquello que tanto me afectaba? ¿Cómo es que nadie me había hablado de estas cosas tan básicas para la vida? ¿Por qué no habré sido capaz de hacerlo de esta y no de aquella manera? Mi forma de recibir los mensajes en primer lugar era puramente teórico, con el pasó tiempo empecé a ver algunos resultados, a día de hoy sigo viéndolos y soy consciente de que queda mucho camino por recorrer.
También a las psicoterapias asistidas por equinos guiadas por Xelo y Checho, donde la interacción con los animales empezó a desnudar mi alma, en ellas mis engañosos razonamientos se quedaban al margen y siempre terminaba enfrentándome a la verdad. Los caballos esos mágicos y misteriosos animales, tan puros, nobles, dignos e imperturbables en su paz. No se que habría sido de mi sin su mirada, sin las tardes sobre sus lomos, ni su presencia constante, tal vez ahora no estaría escribiendo esto. Otro de los talleres que compartíamos con ellos era el de vínculo, donde asistían además los chicos de la Fundación Maresme, llenos de ilusión y de pura felicidad. Con ellos comprendí el significado de la “aceptación” para con uno mismo y con los demás, también que pese a las limitaciones y las dificultades, el valor personal no mengua, más bien crece al ir superándose cada día un poquito más. Así lo hicieron ellos, los caballos y nosotros.
Con Checho aprendí a montar a caballo en profundidad, quiero decir que no basta con estar sentado sobre él y gritarle “hia” y “so”, ¿Qué hacer para que el caballo y yo vayamos cómodos? ¿Qué puedo aportarle a él y que me está aportando el a mí? ¿Qué actitud pongo en el acto de montar? ¿Es semejante a la que pongo en mi vida? El caballo no va a donde yo quiero, ¿le dejo ir a la deriva o tomo las riendas de esta situación? Son muchas las metáforas que se dan montando a caballo, todas extrapolables a la vida real, todas valiosas y todas ellas un regalo de este simpático y desinteresado animal. Además de aprender a montar hice un curso de doma durante el tratamiento, en el encontré la aplicación directa de una teoría a una práctica que requiere concentración, comunicación corporal y equilibrio mental y emocional.
Un método en el que vamos ganando la confianza de un animal que en su estado salvaje nos teme como a un terrible predador, en el cual se avanza afianzando pequeños logros que van preparando al animal para su posterior monta y se reflejan muchos otros símiles con la vida. Si A no funciona probaré con B sabiendo que todavía me queda la opción C… Tengo un objetivo claro no me obsesiona alcanzarlo inmediatamente, para lograrlo tengo que seguir una serie de pasos, cada uno de ellos me preparará para el siguiente y así hasta la meta.
Así pasé los meses de agosto, septiembre, octubre y noviembre en el bellísimo entorno de CITA RURAL, con sus momentos difíciles en los que quería abandonar y otros un mejores, siempre entre caballos. En diciembre me enfrenté a un nuevo reto, volver a la vida urbana. Pasé de la montaña a vivir en la torre, en Barcelona una ciudad que siempre me ha seducido, asistía a las terapias en el ambulatorio y comencé a recibir clases de dibujo y música, dos de mis pasiones. El cambio fue radical y aunque seguía teniendo unos límites y un control, de la noche a la mañana gozaba de la libertad de movimiento que no había tenido en cuatro meses y la valoré más que nunca. El simple hecho de sentarme en una terraza, disfrutar de un café, pasear por la ciudad o ir a hacer la compra ya era satisfactorio. Seguí montando a caballo religiosamente y fue así como empecé a plantearme la posibilidad de comenzar a formarme con Checho para aprender más de esos animales que me habían aportado tanto.
En la torre empecé a responsabilizarme de mi mismo como hasta ahora nunca había hecho, cocinaba todos los días, me seguía levantando temprano y aunque me mantenía ocupado me faltaba algo. Una vez pasada la emoción inicial de estar en la ciudad empecé a sentir la necesidad de hacer algo más ya que mi situación académica estaba estancada y decidí posponerla para el próximo curso. Entonces las posibilidades de consumir se manifestaban con más intensidad, necesitaba un soporte, un compromiso con algo externo ya que conmigo mismo nunca ha sido fácil. Así fue como empecé mi formación con Checho a mediados de enero. Mis expectativas más allá del puro aprendizaje eran encontrar motivación, ilusión, dar un sentido a mí vida, sostener un proyecto en el tiempo hasta terminarlo, encontrar un compromiso semejante al de un trabajo que me exigiera responsabilidad y constancia. Además de reforzar aspectos personales como la autodisciplina y la unión con lo tangible y lo terrenal.
Al principio seguía viviendo en Barcelona y me desplazaba hasta Dosrius para asistir al curso, madrugaba como nunca antes, me sentía recompensado, felizmente cansado por las noches y con ganas de días intensos entre caballos. En febrero comenzó la maestría otro compañero del centro y nos desplazábamos juntos desde Barcelona 4 días a la semana. Aprendiendo cada día un poco más de doma, de monta, de cómo ejercer de guía ecuestre, de los cuidados indispensables de los animales, las dinámicas de una clase de equitación, también las nociones sobre las enfermedades más comunes, algo de anatomía y herraje. En marzo tomé la decisión de volver a CITA RURAL para estar todos los días incluso algunos domingos inmerso.
En nuestra labor de doma y monta de los caballos recién domados conocí a Monhadir y el me conoció a mí, no sabría explicar como pero empecé a encontrarme cómodo con él y no solo eso, también empecé a ver mi reflejo en su negra pupila. Lo poco que se de este ser es que llegó a CITA ya domado y que por la dificultad de su monta fue retirado y utilizado para PAE, cuando yo llegué formaba parte de la manada salvaje y ni siquiera me fijé en él. Para mí encontrarle fue como hallar mi alma gemela. Por su tamaño y su temperamento, pasar desapercibido es una de sus cualidades, cuando está en grupo tiende distanciarse de la manada, establece una relación más íntima con algún caballo como Fauna o Bosco y es brillante cuando entra en acción, la energía y la fuerza desbordantes propias del caballo árabe una agilidad prodigiosa y una inteligencia sutil. Montarle para mí fue un reto ya que exigía mucha técnica, paciencia y comprensión. Este caballo no solo ha pulido mi forma de montar, por paradójico que parezca me ha enseñado a conocerme mejor. Pese a todo lo positivo que me aportaba la maestría y la diversidad de actividades que realizábamos apareció el tinte aburrido de la rutina y tuve que aprender a sobreponerme a mi ansia por lo nuevo sin abandonar ni consumir. Fue una prueba de fuego y aun se complicó más cuando en mayo tuve la mala suerte de romperme un brazo montando a Fauna una yegua recién domada. La idea del abandono absoluto tomo cuerpo pero gracias al apoyo de Checho y de Xelo, seguí con mi formación adaptándome a esa nueva dificultad y lo que en principio me pareció terrible se convirtió en una oportunidad para profundizar en otros aspectos, leer, observar con atención y como algo inesperado reestablecer contacto con mi padre con quien no había hablado más de diez minutos seguidos desde hacía mucho tiempo.
Volver a montar fue fantástico, las ganas de participar al 100%, la ilusión y la motivación volvían estar en mí como al principio del curso. Ahora estoy orgulloso de mi mismo por haber permanecido, terminado y de no haber sucumbido a los designios de mi mente. Considero que la maestría ha sido fundamental en mi proceso a todos los niveles, he aprendido mucho del mundo ecuestre y seguiré colaborando con Checho para seguir aprendiendo. Me siento muy recompensado además por haber cumplido mis objetivos, haber superado dificultades que no esperaba y por mi crecimiento personal.
Me voy de CITA con fortaleza, apoyo familiar y terapéutico . Mi plan para el futuro próximo es retomar mis estudios de Arquitectura en Barcelona, seguir creciendo, dando sentido a mi vida en cada momento el que corresponda, ser consecuente con mis actos sabiendo que libertad y responsabilidad van de la mano y tener una actitud positiva frente a las adversidades. Pienso que en la adicción cuando llevas un tiempo sin consumir, cada día que pasa sin hacerlo es un granito de arena y el volver a incurrir en ella es como un huracán capaz de disipar todo lo ganado. Por si me acercó al huracán, incluiré en mi credo personal la siguiente cita de Viktor E. Frankl como una máxima:
“Vive como si ya estuvieras viviendo por segunda vez y como si la primera vez ya hubieras obrado tan desacertadamente como ahora estás a punto de obrar.”
About the Author: Dr. Josep Mª Fàbregas
Especialista en adicciones y director psiquiatra del centro de adicciones y salud mental Clínicas CITA. Inicié mi carrera profesional en el Hospital Marmottande París, donde trabajé con el Profesor Claude Olievenstein. Posteriormente me trasladé a Nueva York y, tras varios años de experiencia profesional, en 1981 fundé CITA (Centro de Investigación y Tratamiento de las Adicciones) con el objetivo de desarrollar un modelo de comunidad terapéutica profesional, el cual lleva 32 años en funcionamiento.
Autor: Comunicación Clínicas CITA