Despedida

Lore,

tengo absolutamente claro, como tú me dijiste una vez, que debo “desechar cualquier esperanza de un retorno” (borro los emails pero, lamentablemente, tengo buena memoria). Antes te recordaba como concepto, como proyección, como un relato con altibajos pero, para mí, hermoso. Como buen adicto que era, prefería vivir en un bucle de fantasías autocomplacientes antes que afrontar la realidad. Lo de ahora es distinto. Te recuerdo con respeto y nostalgia, con equilibrio, desde la aceptación. Me vienes por ráfagas, por flashes. Tu olor, tu voz, tu risa, tu compasión, tu bondad, tu entrega, tus mínimos detalles tan humanos, por los cuales quemaría todos los libros de mi biblioteca. Mis dedos tocándote la piel o el pelo, la sensación de estar dentro de ti. Supongo que tiene algo que ver con que por fin vuelvo a vivir el mundo de los sentidos. Estaba ajeno, alejado, entre algodones, en un frasco de formol. Ahora he vuelto a sentir de veras. Y, humano de nuevo, te extraño por ti y no por lo que creía que debías ser para mí.
No quiero que creas que esto es un relato, que te estoy hablando de mí como si fuera un personaje idealizado, el héroe de una novela. Más bien lo contrario, he aprendido a ser humano de nuevo, a entenderme con mis virtudes y mis defectos, a luchar contra mis fantasmas con lucidez, sin recurrir a atajos. Las salidas fáciles son siempre un engaño. He aprendido a aceptarme, he hecho las pases con mi pasado, he entendido el valor del sacrificio y el trabajo, que el producto es producir, que la vida no es más que un cúmulo de decisiones erradas o acertadas. A pesar de todo, tú fuiste acierto. La droga, el peor error de mi vida. Pero aquí comprendes hasta qué punto la adicción es metáfora. Si aprendes a leerla bien, más allá de autoengaños o victimismos, si desmontas y analizas sus mensajes, te puede mostrar el camino para la superación. Mi biografía no ha sido ideal y la crisis de ansiedad que caracterizó mi infancia y adolescencia se transformó en confusión a los 20 años. De manera que la droga vino a tapar un problema de fondo más complejo, que en mis meses aquí he aprendido a desmontar y comprender. Hoy por hoy puedo decir que soy libre dentro de mis propios límites, no sólo de la droga sino de los lastres de mi pasado. Enfrento el futuro con presente, con trabajo, con estructura. He terminado mi libro porque no he temido a la imperfección de un borrador. Me amo en mis errores y en mis limitaciones, así como en mis capacidades. No soy perfecto ni debo serlo, no soy infalible, pero me esfuerzo cada día por ser una mejor persona (para mí y para los demás). He recuperado la dignidad, la coherencia personal, los valores éticos. He entendido que los problemas son duros o difíciles sólo en virtud de la actitud con la que los afrontamos. Que nada es controlabe si no empezamos por el autocontrol, que la responsabilidad con las cosas empieza por la responsabilidad con uno mismo.

Ya me queda poco en esta clínica que me salvó la vida, con mi trabajo. Estoy en mitad de un trayecto, siempre. Sin comienzo y sin final, puedo rehacerme a cada paso, reinventar el horizonte. Pero sólo si conservo los pies sobre la tierra. Si en todo momento recuerdo que soy finito, puedo ser infinito. Ya no quiero considerarme un adicto, el paciente de una clínica, el caso de la habitación 501. Esas etiquetas son cómodas y útiles por un tiempo, para comprender lo que has sido. Pero la etiqueta nunca señalará lo que eres y, muchísimo menos, lo que serás. Si me lo creyera, si me definiera como “adicto” y me conformara con la definición, estaría negándome como sujeto y esa negación de uno mismo es precisamente lo que se busca con el consumo. Me rehuso a ese determinismo condenatorio, a la adicción a la adicción. Decido ser más que esas palabras, trascender su sentido arbitrario. No olvidaré nunca lo que fui, estará siempre allí, pero haré mi vida de ahora en adelante en función de lo que estoy siendo, lo que puedo llegar a ser. Si vuelvo a encontrarme con las viejas contradicciones que me condujeron al consumo, procuraré tener la fortaleza para saber elegir correctamente. No le das posibilidad al autoengaño cuando te das cuenta de tus limitaciones y te aceptas con ellas.

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    Nunca te he deseado ni te desearé mal. Disculpa por el tono de aquel mail que te envié hace un tiempo, fue resultado de la espera de una respuesta que nunca llegó. Ahora lo entiendo. Es ridículo esperar respuestas cuando la otra persona es libre de responder o no. Luego, ante mi agresividad, dijiste muchas cosas en tu respuesta, cosas que nunca me habías dicho. Comprendo que creas que he sido un inmaduro y un irresponsable, es la imagen que yo proyectaba. Y ya no tengo forma de demostrarte que no es verdad. Es duro para mí no tener manera de presentarte al que soy realmente. Aunque yo creo que sí me conociste, tuviste oportunidad de darte cuenta en los pocos momentos de lucidez que yo tenía. Soy una persona que va siempre a lo esencial, que es sensible y respeta la integridad y el espacio del otro. Intento siempre relativizar las concepciones de los demás para que sufran menos. Soy una persona que prefiere hacerse daño a sí misma antes que dirigirlo hacia afuera. No me gusta la solemnidad excesiva, intento utilizar el humor para señalar las contradicciones humanas. Creo en la razón por encima de todo, el diálogo, el intelecto es mi músculo, los libros me dan vida. Creo en un único amor para toda la vida, que se construye a fuerza de felicidades y dificultades. Creo en la igualdad entre hombre y mujer, en la complementariedad. Creo en el sacrificio y en el trabajo, en tener hijos y envejecer junto a alguien.

    Estas partes de mí no eran mentira. Pero sé que ya es tarde para que lo veas. Ironías de la vida, tengo una vértebra rota, con riesgo de cifosis y debo estar en reposo y con corsé. He pensado mucho en ti y en cómo me preocupaba porque hicieras tu tratamiento. De ahí llegué a una conclusión. Lo mío fue exactamente lo mismo pero en términos más salvajes. Yo estaba enfermo y no quería tratarme. Al final mi negación terminó quebrando nuestro vínculo.

    Un abrazo y, sin ironías, mucho cariño,

    Luis.

    Autor: Comunicación Clínicas CITA

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