En el post de hoy del Clínicas Cita daremos hoy un paseo por la historia de la mano de un libro, de reciente publicación, que relata la fascinación de la cúpula nazi por las drogas.
El autor es un periodista alemán, Norman Ohler, el título del libro ‘El gran delirio. Hitler, drogas y el Tercer Reich’, de Editorial Crítica, y trata de las conclusiones de una investigación sobre el papel que jugó el consumo generalizado de drogas en el ocaso del partido nazi durante el final de la Segunda Guerra Mundial.
Según el periodista, el médico personal de Hitler, Theodor Morell, le inyectaba diariamente, desde el inicio del conflicto armado, un cóctel de hormonas, esteroides y vitaminas para mantenerle en estado de alerta y poder superar el agotamiento. Pero, a medida que llegaban las derrotas del ejército alemán y la situación militar empezó a torcerse, las vitaminas dieron paso a drogas más potentes.
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Por ejemplo, en julio de 1943, cuando el ejército ruso resultó vencedor en el frente oriental, los aliados habían desembarcado en Sicilia, e Italia veía perdida la guerra, Hitler se reunió con Mussolini bajo los efectos de una droga llamada Eukodal, un potente opiáceo que doblaba la capacidad analgésica de la heroína y con un alto potencial euforizante, que el Fuhrer utilizaba para anular los dolores crónicos que sufría. A partir de aquel día, este opioide se convirtió en la droga preferida de Hitler.
El resultado es que Hitler llegó a la reunión con Mussolini en un estado hipermaníaco y no paró de hablar durante horas, intentando persuadir al líder italiano de que aún era posible la victoria sobre las fuerzas aliadas. Mussolini, por su parte, no pudo ni abrir la boca. Mientras tanto, la aviación estadounidense no paraba de bombardear la capital italiana.
Esta actitud de Hitler hacia las drogas tuvo un efecto de contagio entre su alto mando: para tratar con Hitler era necesario tener idéntico registro bioquímico y su séquito acabó tomando las mismas drogas y compartiendo su ritmo compulsivo y su delirante visión de la realidad, de modo que quienes debían trabajar con él acabaron también enganchados a diversas sustancias estupefacientes.
En este sentido, una de las drogas más consumidas por el alto mando alemán fue la pervertina, una metanfetamina que ya consumían masivamente los soldados alemanes para no sentir dolor, desanimo ni cansancio en el frente. ‘La presencia politoxicómana de Hitler descompuso los vínculos con la realidad de todas las personas de su entorno’, escribe el periodista.
Hitler y la Cocaína
‘Ahora tengo la cabeza despejada y me encuentro perfectamente’, exclamó Hitler tras probar la coca. Y es que tras el fallido atentado contra Hitler el 20 de julio de 1944, éste sufrió dolor de tímpanos. Entonces su otorrino le empezó a administrar cocaína pura para paliar los dolores nasales y auditivos, mientras que su médico le continuaba suministrando Eukodal. Y este cóctel actuó como si se tratase de speedball, provocando una euforia patológica.
Por eso no es de extrañar que, cuando ya se había torcido el signo de la contienda y a pesar de la evidente inferioridad de recursos materiales y humanos, Hitler estuviese absolutamente seguro de ganar la guerra. Las drogas consolidaban una locura sin fisuras.
Autor: Comunicación Clínicas CITA