Ocho de cada diez adolescentes ya tienen móvil y lo tienen de promedio a los 12 años, coincidiendo con el inicio de la secundaria.
Los jóvenes quieren estar conectados, ofrecer sus fotografías en las redes sociales, recibir comentarios y la aprobación de amigos conocidos o desconocidos, dar su opinión, formar parte de grupos de watsap, estar al día de lo que ocurre… Y, con un buen uso, el smartphoneaporta diversión, evasión y comunicación, pero también puede comportar muchos riesgos: aislamiento, empobrecimiento emocional, moobing, pederastia o pornografía.
Ante estas amenazas, los padres se ven a menudo impotentes para proteger y educar a sus hijos en el buen uso de las tecnologías. ¿Son compatibles el derecho a la intimidad de los adolescentes y la responsabilidad de los padres de protegerlos ante riesgos y peligros para los que no están preparados por su inmadurez?
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El problema, según los expertos, es que, ante un uso digital perverso, el daño se magnifica, pues salta de un grupo de watsap a otro, y la víctima sabe que eso ya nunca se borrará. Por todo ello, creen que la vigilancia parental debe estar por encima del derecho a la privacidad del menor.
En este caso, las leyes van a favor del menor que reclama mayor intimidad pero, ante la sospecha de ciertas circunstancias que puedan afectar a su vida, el padre puede ejercer el artículo 154 del Código Civil, que señala que los titulares de la patria potestad deben velar por los menores, educarlos y procurarles una formación integral. En última instancia, y si el menor se niega a colaborar, hay que acudir a la policía en el caso de que exista una sospecha fundada de que está siendo expuesto a un peligro.
Sin embargo, y en condiciones normales, de lo que se trataría es de ejercer un control indirecto y no sistemático, aunque la seguridad al cien por cien no estará nunca garantizada ya que los jóvenes son muy hábiles tecnológicamente y saben cómo ocultar ciertas prácticas, por lo que funcionan sin demasiado control parental.
Por ello, la solución sólo puede estar en establecer unas normas que permitan cierta supervisión y, sobre todo, la comunicación: Un móvil debe ir acompañado de instrucciones de uso, pero no sólo en el acto de entrega, sino también en su proceso de autonomía, ya que hay que educar en valores antes y durante la adolescencia.
About the Author: Dr. Josep Mª Fàbregas
Especialista en adicciones y director psiquiatra del centro de adicciones y salud mental Clínicas CITA. Inicié mi carrera profesional en el Hospital Marmottande París, donde trabajé con el Profesor Claude Olievenstein. Posteriormente me trasladé a Nueva York y, tras varios años de experiencia profesional, en 1981 fundé CITA (Centro de Investigación y Tratamiento de las Adicciones) con el objetivo de desarrollar un modelo de comunidad terapéutica profesional, el cual lleva 32 años en funcionamiento.
Autor: Comunicación Clínicas CITA