La única manera de dejar las drogas era arreglar aquello que me conducía a ellas

Me llamo Miguel y soy heroinómano… no practicante. Ya llevo veinte años sin tomar drogas y lo he conseguido gracias a mi decisión de no hacerlo. Que lo haya conseguido se lo debo también a las herramientas y a la ayuda que recibí en CITA. Sin embargo, hay más, mucho más. No tomar drogas está bien, pero lo que me enseñaron en CITA ha resultado ser transcendental en mi vida. Cuando estaba allí, no era capaz de verlo, pero, con los años he comprendido que mi vida ha sido intensa, plena y feliz gracias a lo que allí pude aprender.

Los profesionales de la clínica son gente muy lista. Ellos sabían que la única manera de sacarme de las drogas era arreglar aquello que me conducía a ellas. De modo que arreglaron mi interior, me arreglaron la vida. Y éste es un regalo que hoy quiero devolver.

Permitidme pues que os cuente mi experiencia.

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    A los diecisiete años probé los porros y me parecieron la solución. Solución a mi malestar, solución a mi desasosiego, solución al problema de relación con los demás. El precio que pagué fue tirar mi vida por el retrete. Pasé a estudiar lo justo para evitar que me echaran del colegio. Y así pasé varios años hasta que probé la heroína. Por aprensión, nunca llegué a inyectármela, pero en la heroína encontré refugio, placer y bienestar. Y en la euforia de aquel descubrimiento, se la di a probar a mi hermano Pablo, quien, como yo, se enganchó inmediatamente y por los mismos motivos: una infancia de malos tratos, unos padres ausentes y la facilidad de obtener dinero en casa.

    La muerte de mi padre me hizo daño, pero muy poco de aquel dolor pudo aflorar por la anestesia que me procuraban las drogas. Por supuesto, el dolor estaba ahí y saldría en cuanto pudiera volver a recuperar mis sentimientos.

     

    Tocar fondo con las drogas

     

    En septiembre de 1989, después de 5 años de consumir drogas y habiendo ya tocado fondo, fuimos a conocer CITA. Yo ingresé aquel mismo día y mi hermano ingresaría poco después. Después de un mes de tratamiento, pedí irme voluntariamente. Echaba de menos colocarme y aún me quedaban algunos barcos por quemar. En febrero del 90, ya había quemado todas las naves y no quedaba otro camino que reingresar, de modo que volví a CITA. Pero volví a meter la pata y me salté algunas normas. Me sancionaron durante un mes y me dijeron que, o me ponía las pilas o me tendrían que echar. Fue en ese momento, no antes ni después, sino justo entonces, cuando tomé la DECISIÓN. Sí, decisión con mayúsculas, pues comprendí que me encontraba ante una bifurcación de caminos. Por un lado, mi vida ya estaba en el retrete, tan sólo había que tirar de la cadena, seguir con la actitud yonki y vivir en la calle o en la cárcel o encontrar la muerte. Del otro lado, había una vida. Y ese fue el camino que escogí. Así de simple, decidí no tomar más heroína, pero también decidí aprovechar el tratamiento, pues ese era el camino.

    El camino era una mierda, duro como no os podéis hacer una idea. La base de la estancia en CITA es ponerse en juego, o sea, ser transparente, hacer y decir lo que se siente y se piensa. A cambio de esa apertura, hay dolor, mucho dolor. El dolor de ver tus mierdas, el dolor de enfrentarte a tus miedos, paranoias y tonterías. Luego, las terapias, incluidas las terapias de grupo, donde la ayuda de los compañeros es darte caña en tus errores. La letra con sangre entra, ¿no? Yo en eso fui un privilegiado, ya que contaba con mucha gente para darme caña, mucha, mucha. Estaban aquellos a los que les caía mal por los pasotes que me di al principio. También estaban los amigos de mi hermano que, veteranos ya, tuvieron el buen gesto de ayudarme… dando caña, claro.

    Bueno, no quiero hablar mucho de mi tratamiento sino de lo que vino después. Tan sólo señalar que tuve un tratamiento intensivo y muy aprovechado por mi parte. Eso es lo importante. Siempre he considerado que, en mi vida, lo único que terminé, lo único que hice bien, fue mi tratamiento. Para mí, pues, es un orgullo decir que soy heroinómano, pues me resulta sinónimo de triunfador, de combatiente, de victorioso.

    Sin embargo es mucho más. Además de la batalla ganada, he pasado por CITA. He pasado por más de diez horas de terapia diaria durante 15 meses. ¿Os lo podéis imaginar? ¡¡Es un lujo!! Es un lujo tener terapia. Todo el mundo la necesita, pocos la tienen, menos aún se paran a mirar en su interior. Vivimos en un mundo acelerado, se vive deprisa y a nadie le gusta sufrir, de modo que las inseguridades, los problemas de personalidad y de relación, quedan enterrados en el día a día.

    Es por eso que yo me siento afortunado. Veo que, al conocerme a mí mismo, tengo absoluta facilidad para relacionarme con los demás. Así pues, disfruto con la gente y la gente disfruta conmigo. Estoy tranquilo y sin complejos, me siento feliz de tener sentimientos y sensaciones, puedo mirar en mi interior y disfrutar de lo bueno y de lo malo, sabiendo que soy yo. No hay nada mejor que esto.

    Gracias a ese conocimiento, he podido llevar una vida coherente conmigo mismo. No ha sido fácil y he tenido fracasos. He pasado por dos matrimonios y seis empresas, además de cuatro o cinco trabajos por cuenta ajena. Conozco mis debilidades y mis fortalezas. Sé dónde tengo talento y sé cuándo busco refugio. Esto es muy importante, porque no he dejado de ser heroinómano, es decir, de intentar refugiarme frente a la vida.

    Y como refugio me han servido el alcohol, los porros, las mujeres, la tele, los videojuegos, un libro, que sé yo. El caso es que no puedo engañarme a mí mismo porque nada de eso me llena. Tan sólo es perder el tiempo, posponer el enfrentarse a la realidad y, la verdad, con los años ya no admito perder tiempo. Vencer nuestros miedos es lo que te hace avanzar y crecer. Reconocer tus sentimientos, estar bien con uno mismo, vivir de acuerdo a como uno es, eso es la libertad.

    Aún tengo más cosas que decir. Tienen que ver con la muerte y con el tratamiento. He visto la muerte y la he visto de cerca. Y yo quiero vivir. ¿Y vosotros? ¿Queréis morir? No, ¿verdad? Seguro que queréis disfrutar del amor, de las risas, de la admiración de los demás y de tantas otras cosas, aunque sin olvidar que el desamor, el sufrimiento o el llanto también forman parte de la vida. Todos vosotros habéis elegido vivir y os espera una vida guapísima, seguro. No perdáis esta perspectiva. Por mucho que ahora os sintáis mal, es pasajero.

    Ese es mi mensaje: la vida es bella aunque duela. Lo que no te mata te hace más fuerte. El tratamiento os permite dejar la droga, pero también os da alas y muy poca gente las tiene. Por favor, tomadlo en serio, arriesgaos, no temáis al dolor y no os refugiéis. Afrontar las cosas os hace mejores, aunque, por supuesto, las ganas de refugiarse no os abandonarán el resto de vuestra vida. Somos heroinómanos, ¿vale? Y a mucha honra.

    Autor: Comunicación Clínicas CITA

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