Respirar para subir la cuesta

Uno, llegar e incorporarse el día
Dos, respirar para subir la cuesta
Tres, no jugarse en una sola apuesta
Cuatro, escapar de la melancolía
Cinco, aprender la nueva geografía
Seis, no quedarse nunca sin la siesta

Siete, el futuro no será una fiesta
Y ocho, no amilanarse todavía
Nueve, vaya a saber quién es el fuerte

Diez, no dejar que la paciencia ceda
Once, cuidarse de la buena suerte
Doce, guardar la última moneda

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    Trece, no tutearse con la muerte
    Catorce, disfrutar mientras se pueda.

    Mario Benedetti

    subir la cuesta

    Memorándum: Un Susurro en la Noche

    Montevideo, invierno de 1971. La llovizna golpeaba suavemente los cristales del pequeño apartamento donde Mario Benedetti solía escribir. La luz tenue de una lámpara iluminaba su escritorio de madera, cubierto de papeles con notas dispersas y libros apilados. Afuera, la ciudad dormía, indiferente a las inquietudes que bullían en la mente del escritor.

    Había sido un día largo. Benedetti había pasado la tarde en una reunión con colegas, discutiendo sobre la creciente incertidumbre política en Uruguay. El país atravesaba tiempos difíciles, y la sensación de inminente cambio flotaba en el aire como una tormenta en el horizonte.

    Se sirvió un café humeante y se sentó frente a la máquina de escribir. Últimamente, las palabras no fluían con la misma facilidad. Había algo en el ambiente, en su propio ánimo, que lo empujaba hacia la introspección. Se sentía cansado. No de escribir, sino de luchar contra la desilusión.

    Revisó unos poemas inacabados y garabateó algunas frases sueltas. De pronto, su mirada se detuvo en un papel donde había anotado una idea días atrás: «No te quedes inmóvil al borde del camino». Algo en esas palabras lo sacudió. Era un llamado, una súplica, tal vez un recordatorio para sí mismo.

    Respiró hondo y empezó a escribir.

    «No te quedes inmóvil al borde del camino
    no congeles el júbilo
    no quieras con desgana…»

    Las frases fluyeron con la cadencia de un murmullo urgente. No era un poema común, sino una especie de advertencia. Pensó en sus amigos, en aquellos que, por miedo o desencanto, habían dejado de creer en la posibilidad del cambio. Pensó en sí mismo, en esos días en los que la rutina parecía devorar la pasión.

    «No te salves, ahora ni nunca
    no te salves…»

    Las teclas resonaban en la habitación como latidos. Cada verso era un empujón, una sacudida contra la indiferencia. No se trataba solo de política ni de un contexto social. Era algo más profundo: un recordatorio de que la vida debía vivirse con entrega, con pasión, sin reservas.

    Terminó de escribir y leyó el poema en voz baja. Sonrió con melancolía. Sabía que aquel texto era un memorándum, no solo para los lectores, sino para él mismo. Dobló el papel y lo dejó junto a otros escritos. Mañana, quizás, lo releería y haría algunos ajustes.

    Apagó la lámpara y se quedó unos minutos en la oscuridad, escuchando el sonido de la lluvia. Afuera, Montevideo seguía en su letargo, pero en su interior algo se había encendido.

    No importaba la incertidumbre del país ni el cansancio de los días grises. Lo esencial era no rendirse. No salvarse de la vida.

    Y con ese pensamiento, Mario Benedetti cerró los ojos, mientras su poema esperaba pacientemente ser leído por el mundo.

    Autor: Comunicación Clínicas CITA

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