Llegué a CITA avergonzado y aliviado a la vez. Aunque de manera ritual y en consumos casi siempre moderados de cocaína –si es que esto no es una contradicción en los términos- llevaba ya muchos años de consumo. Los últimos años eran consumos compartidos con mi mujer (aunque ella con menos compulsión), siempre en casa y de manera discreta.
¿Y qué trastocó esta dinámica y me llevó a un centro tan lejos de mi familia? Muchas cosas: la responsabilidad (nuestros hijos crecen y no sé con qué autoridad moral vamos a decirles que no hagan lo que sus padres hacen), el hastío (lo que en principio tenía el sabor de lo prohibido tiene ahora la amargura de una servidumbre que provoca cansancio y tristeza), el dinero (algunas veces he calculado el dinero consumido en este círculo vicioso y vacío), la salud (ya no me siento inmortal), y también la mentira (llevaba un año consumiendo a espaldas de mi pareja). Lo peor, después de tomar la decisión y darme cuenta de que yo no podía dejarlo si contaba sólo con mis propias fuerzas, fue comunicarlo a la familia.
En CITA aprendí a ser capaz de tomar distancia con mi problema, de reflexionar y de aprender de los demás (de los que lo conseguían y de los que recaían y volvían a intentarlo). Ahora, cuento los meses que llevo sin consumir y espero el día en que pueda perder esta cuenta.
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Autor: Comunicación Clínicas CITA