Solía sentarme sola bajo la sombra de un árbol que me otorgaba calma, tristeza, melancolía. Entonces era incapaz de entender lo que mi mente quería comunicarme. Solía deshojar margaritas mientras anochecía. Y al volver a casa, me sentaba delante del mapa del estudio. Aún no entendía con claridad cuál era mi misión, mi tarea en este mundo, en mi vida. Al acostarme en la cama, sentía una profunda soledad y cierto rencor que hacían que un terrible miedo y una amargura comiese mis entrañas. Los años pasan, las horas, los días… Y conocí a mi gran enemiga: la calle.
Ella me enseñó la distorsión de mis pensamientos y la manipulación, me presentó la mentira y el disfraz, para no ser juzgada como un bicho raro. Así me hice asidua de las relaciones tóxicas, esas que me hablaban al oído susurrando temores mientras mi alma luchaba en una batalla interna para ganar esa odiosa y dolorosa guerra que durante tantos años me había estado venciendo. De repente, el tiempo se paró. Miré a mi alrededor y sólo fui capaz de ver oscuridad, mientras cada latido se debilitaba y me quedaba sin aire para respirar la libertad y poder renacer de nuevo.
Pero al despertar de esa pesadilla, descubrí que la poesía era mi aliada y que la lucha aún no había terminado. Me miraron como si estuviese loca pero, sin darle la menor importancia, me subí a un avión que me llevó a un mundo muy distinto del que hasta esos momentos había conocido. ¿Mi única luz? La de una vela con la que me dormía todos los días, cuando era pequeña, encerrada en un orfanato donde no tenía a nadie a quien recurrir.
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Y allí el amor llamó a mi puerta. Dejé que entrara en mí sin miedos, me agarré a él como si nada más existiera.
Pero entonces no entendí lo que mi cuerpo, mi mente y mi alma querían: cubrir un dolor inmenso sumergido en meses de sufrimiento y rencores.
Pronto descubrí que ese amor desconocido se alimentaba de mi bondad, de mi lucha diaria por sonreír como hacía años que no hacía. El primer grito derramó una lágrima y el primer insulto hizo que me escondiera bajo un manto lleno de sueños que nunca se cumplirían. Yo no era consciente de que ese amor era un maltrato.
Los golpes sin cesar me dejaron inerte y ante una soledad profunda y atemorizada. No fui capaz de contar ni una frase de la pesadilla de ese infierno que mi vida escribía en mi historia. Al tiempo, una princesa apareció en mi vida. Ella me daba vida, fuerza y me dió lo que jamás sentí capaz de recibir.
Pero ese amor tóxico arañaba nuestras almas. El castillo que había construido se fue derrumbando despacio, sin dejar rastro alguno, pero aquellas heridas aún hoy no he sido capaz de cerrarlas con mis propias manos.
Mi princesa era mi aura que me protegía y yo le debía la vida por devolverme esa sonrisa que llevaba tanto esperando.
Y aunque no haya superado esta parte de mi vida, aprenderé a hacerlo. Con fuerza, constancia, sin miedos, sin escudos, sin máscaras ni mentiras.
¿Ahora? Mi solución es la sinceridad, el saber pedir ayuda cuando caes de rodillas, lloras y te ahogas sin poder respirar ni un solo aliento de libertad.
Porque ahí afuera mi castillo y mi princesa siguen esperándome. No tengo remordimientos de ser enemiga de la calle, del maltrato, de los tóxicos. Ahora soy yo la que decide, acariciando esta oportunidad de tener una vida mejor, con sus pros y sus contras, pero seguro que con más de una sonrisa. Junto a mi bella y pequeña princesa.
Ahora es mi momento para decidir sin miedos, sin rencor, sin sufrimientos. Y aunque estos sentimientos me visiten de vez en cuando, sonrío cada mañana al mirarme al espejo y doy gracias a mi fortaleza y a mi voluntad, y a mis ganas de vivir y de luchar para seguir caminando de la mano de la única persona que me devolvió las ganas de vivir.
Y aunque a veces mire hacia atrás para recordar que hay errores que uno no puede permitirse, sigo hacia delante con los ojos abiertos, con los brazos llenos y vacíos a la vez, llenos de batallas que me quedan aún por ganar. Aquí estoy, aquí sigo, para seguir luchando la batalla interior y la del mundo, que ni una ni la otra me dan miedo.
Autor: Comunicación Clínicas CITA