Usos e inconvenientes de la cocaína

Además del procedimiento tradicional de mascar hojas de coca empleado por los indígenas, la cocaína suele ser ingerida de diversas maneras. La vía elegida condicionará una parte importante de los efectos. La inyección endovenosa supone la obtención máxima de efectos, pero éstos duran unos escasos minutos. Puede ser fumada, mezclada con tabaco, pero sus efectos son de escasa intensidad, entre otras razones porque una parte de la sustancia parece destruirse con la combustión (salvo que la sustancia fumada sea pasta de coca).

La manera más difundida de administrársela suele ser esnifándola por la nariz. Su paso a la sangre se produce mediante la absorción por la mucosa nasal y permite, proporcionalmente, el máximo efecto y la máxima duración.

En dosis moderadas, la cocaína es un estimulante de la actividad psíquica y motriz, reduce la sensación de fatiga y hace disminuir el apetito. Los usuarios tienden a afirmar que la cocaína es la droga de la lucidez, de la actividad y la euforia. También, como con las otras drogas, la experiencia y la capacidad personal de introspección, permiten hablar de otros efectos mucho más sutiles, desde la sensación de felicidad a la percepción de energía interna.

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    Sí como con los opiáceos se puede producir una pérdida del interés por la propia persona y por el ambiente externo, con la cocaína ocurre lo contrario: se produce una claridad perceptiva y emocional, un fortalecimiento del yo y una tendencia a la acción.

    La aplicación a la cocaína de los conceptos clásicos de dependencia y tolerancia no es fácil. La imposibilidad de establecer un verdadero síndrome de abstinencia tras el abandono del consumo, ha llevado a múltiples intentos de definir la dependencia de la cocaína de otras maneras. Así, la OMS indica: ‘La cocaína es probablemente el mejor ejemplo de una sustancia que no ocasiona ni tolerancia ni dependencia física, pero que provoca una dependencia psíquica que puede conducir a un tipo peligroso y profundo de farmacodependencia’

    El uso de la cocaína es muy diverso y responde a patrones y situaciones muy dispares, que a veces tienen poco en común.

    Sólo una parte pequeña de todos los usuarios de cocaína tiene un consumo compulsivo y productor de grandes disfunciones. Es un grupo que tiene niveles elevados de frecuencia y de intensidad, en cualquier situación y circunstancia, cuya vida funciona ya en gran medida en torno a la búsqueda de la sustancia, provocando rupturas en las relaciones sociales y estados psíquicos caracterizados por una gran necesidad psicológica de obtener los efectos de la cocaína.

    En algunos grupos, su consumo se alterna y se complementa con cannabis, siempre en cualquier caso con alcohol y, en algún grupo, con diversas pastillas anfetamínicas. En algún grupo cumple específicamente la función de neutralizador del abuso del alcohol. El objetivo es seguir bebiendo, por lo que hay que contrarrestar la bajada del alcohol con una nueva subida a base de cocaína, que volverá a permitir seguir bebiendo.

    Cuando se entra en consumos muy intensos, compulsivos, aparece el descontrol, la situación de dependencia vital y los grandes desequilibrios psíquicos. Aunque no haya un síndrome de abstinencia, aparece la ansiedad ante la posibilidad de no disponer de la droga. Por regla general, la cocaína es una sustancia de largo tiempo de uso y muchos de sus usuarios pasan por etapas sucesivas de control y descontrol.

    En dosis moderadas, no sólo se puede trabajar habiéndola consumido, sino que se buscan sus efectos como manera de estimular la actividad mental o el rendimiento físico.

    No sólo permite un alto grado de relación social, sino que es tomada para mantener el ritmo o incrementar la cualidad de una diversión colectiva.

    Aun no dándose el fenómeno de la tolerancia ni de la dependencia física, se produce en muchos consumidores una tendencia al aumento de la frecuencia con la que la toman. No se produce una ausencia ni una disminución de los efectos, pero sí que se genera una tendencia a obtener más y más, a buscar la repetición y la exquisitez de los efectos, una especie de voracidad por seguir consumiéndola.

    El uso continuado y sin moderación, puede desembocar, de manera general, en importantes situaciones de trastorno psíquico. Además, este proceso de intoxicación crónica tarda tiempo en manifestarse, por lo que los usuarios apenas perciben señales para abandonar el consumo o moderarlo.

    La posibilidad de que su uso genere trastornos psíquicos graves como, por ejemplo, episodios de psicosis paranoide, parece ser producto dela relación entre dosis y nivel de intoxicación. Pasar de la euforia al malestar (depresión, insomnio, dificultad de concentración, etc) y de éste a la psicosis, está en relación con cuánto se toma y con cuánto tiempo se lleva consumiendo sistemáticamente. A la situación de problema psíquico, puede llegar tanto un consumidor reciente que toma una dosis excesiva como un consumidor crónico de pequeñas dosis.

    Autor: Comunicación Clínicas CITA

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