La piel muestra nuestra apariencia, igual que un vestido muestra algo de nuestra identidad.
De una persona que está a gusto con la imagen que tiene de sí misma y que muestra ante los demás, se dice que ‘se siente bien en su piel’. La piel evoca la relación, el calor del contacto y sus dificultades. Maquillarse, cambiar de aspecto, cuidarse la piel… La piel está muy implicada en la representación del yo ante los demás, en todo lo que concierne con la imagen y la apariencia. Lo mismo que el rostro, la piel está implicada en nuestras dificultades narcisistas. ¿Tal vez porque uno no se ama bastante?
El acné del adolescente traduce los problemas que éste tiene con su apariencia externa, es decir, con su imagen y también pone de manifiesta su tendencia a compararse con los demás y a desvalorizarse; en una palabra, expresa la dificultad que tiene para amarse tal como es. El acné de la cara denota el rechazo a la propia imagen: se rechaza uno, se encuentra feo, etc. El acné que aparece en la nariz –órgano fálico que toma un destacado relieve en el muchacho en el momento de la pubertad- podría traducir cierto malestar o rechazo hacia su masculinidad. Con su rostro expresa, sin quererlo, la vergüenza que siente por sus transformaciones corporales, su nueva identidad y otras cosas que él querría mantener encubiertas, como la emergencia de nuevos impulsos y su efervescencia hormonal. El acné de la pubertad es como un conflicto entre el deseo y el miedo del otro, cuando se forman los fantasmas sexuales que uno desearía mantener ocultos. La desazón que causa mostrar los deseos sexuales se transforma en el descontento de tener que mostrar los granos. Por eso el acné afea sobre todo el rostro; lo cual, dicho sea de paso, lo hace en cierta forma eficaz porque, al inhibir al adolescente en su relación con el sexo opuesto, lo pone de momento al abrigo… Y, curiosamente, las golosinas, las cosas dulces, ¡lo agravan!
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(Philippe Dransart)
Autor: Comunicación Clínicas CITA