La última oportunidad de mi vida; Testimonio cocaína

Empecé consumiendo por curiosidad cuando salía de fiesta con mis amigos, amigos por decir algo. Cada semana quedábamos para salir a la misma discoteca donde veíamos a la misma gente y teníamos la misma rutina: beber cubatas y si estaba “esa persona” pedirle un gramo por cabeza.

Testimonio de cocaína

El consumo lo hacíamos tras dos copas, y aunque comenzamos consumiendo solo los sábados para no engancharnos, pronto no íbamos a ser nosotros los que decidíamos cuando consumir y cuando no. Mi cabeza pedía cada vez más, mi cuerpo necesitaba cocaína para despertarse… y aunque me provocaba náuseas de primeras, la sensación de satisfacción después de consumir era satisfactoria para todos los que consumíamos del grupo.

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    Poco a poco fuimos cogiendo el hábito de no solo salir el fin de semana, sino que empezamos a estirar los días de fiesta, hasta llegar a salir de jueves a lunes. La mezcla con alcohol comportaba un aliciente de haber quién puede más y quién tiene más huevos…

    En poco tiempo nos vimos consumiendo hasta 2 gramos al día cada uno. Entre salidas, salidas fuera de hora, entre quedadas por la tarde con amigos… siempre había una excusa para volver a consumir.

    Mis amigos y yo comenzábamos a perder el norte, creíamos que teníamos el control pero cada vez estaba más claro que no éramos nosotros los que controlábamos sino la propia cocaína la que guiaba nuestros impulsos.

    Pocos meses para darnos cuenta que, seguíamos incrementando el consumo, pidiendo dinero para consumir más, perdiendo las ganas de vivir e incluso llegando a delinquir para poder nuestras facturas con la cocaína.

    El grupo fue perdiendo el sentido de amistad, el dinero, las drogas y las compañías estaban acabando de destruir nuestra situación social y por supuesto, la situación familiar particular de cada uno que estaba al borde del abismo…

    La muerte de mi colega me hizo pensar

    El peor día fue cuando tras la muerte por sobredosis de mi colega desde crío, me di cuenta de que no podía parar, y que el próximo iba a ser yo. Me sentía culpable de que su mujer y dos hijos, arruinados, me pidieran explicaciones. Culpable de haberle dejado dinero el día que esnifó su última dosis. Culpable de haber robado a mis padres una vez más, para poder consumir coca con él…

    Aunque quisiera, no podía dejarlo. Era adicto a la cocaína y sólo quería morirme. Compré 2 gramos más que, con la borrachera desesperada que cogí, era consciente que podía acabar igual de mal.

    Una llamada de mis padres, me puso en manos de CITA. Me vi ingresado en el centro de Dosrius sabiendo que quería recuperar mi vida y pedirle perdón a la mujer de mi colega fallecido, y mi familia que a pesar de robarles, maltratarlos y destrozarles la vida, seguían esperando que me curase.

    En CITA entendí que enfermé por la cocaína, que había perdido el sentido de mi vida por culpa de las drogas y que tenía que tener el mismo valor para dejarlo, como cuando tuve el valor de consumir por primera vez, eso si con ayuda médica pues era imposible dejarlo solo, ya lo había probado…

    No confiaba de primeras, pero el tratamiento comenzó a hacer efecto cuando comencé a recuperar un horario, a cambiar hábitos, a hablar con el psicólogo de mis problemas encontrando soluciones y todo lo que no esperaba que fuese para mi.

    Meses después, recuperado y con fuerza para recuperar mi vida con fuerza, aun recuerdo que estuve a punto de acabar con mi vida y que mi familia me salvó la vida. Mi familia me salvó la vida y CITA me recuperó para disfrutarla. 

    Hoy siento que soy una persona nueva, siento que puedo ayudar a mi familia a recuperar todo lo que destruí por mi consumo de drogas.

    Empecé consumiendo por curiosidad cuando salía de fiesta con mis amigos, amigos por decir algo. Cada semana quedábamos para salir a la misma discoteca donde veíamos a la misma gente y teníamos la misma rutina: beber cubatas y si estaba “esa persona” pedirle un gramo por cabeza.

    Testimonio de cocaína

    El consumo lo hacíamos tras dos copas, y aunque comenzamos consumiendo solo los sábados para no engancharnos, pronto no íbamos a ser nosotros los que decidíamos cuando consumir y cuando no. Mi cabeza pedía cada vez más, mi cuerpo necesitaba cocaína para despertarse… y aunque me provocaba náuseas de primeras, la sensación de satisfacción después de consumir era satisfactoria para todos los que consumíamos del grupo.

    Poco a poco fuimos cogiendo el hábito de no solo salir el fin de semana, sino que empezamos a estirar los días de fiesta, hasta llegar a salir de jueves a lunes. La mezcla con alcohol comportaba un aliciente de haber quién puede más y quién tiene más huevos…

    En poco tiempo nos vimos consumiendo hasta 2 gramos al día cada uno. Entre salidas, salidas fuera de hora, entre quedadas por la tarde con amigos… siempre había una excusa para volver a consumir.

    Mis amigos y yo comenzábamos a perder el norte, creíamos que teníamos el control pero cada vez estaba más claro que no éramos nosotros los que controlábamos sino la propia cocaína la que guiaba nuestros impulsos.

    Pocos meses para darnos cuenta que, seguíamos incrementando el consumo, pidiendo dinero para consumir más, perdiendo las ganas de vivir e incluso llegando a delinquir para poder nuestras facturas con la cocaína.

    El grupo fue perdiendo el sentido de amistad, el dinero, las drogas y las compañías estaban acabando de destruir nuestra situación social y por supuesto, la situación familiar particular de cada uno que estaba al borde del abismo…

    La muerte de mi colega me hizo pensar

    El peor día fue cuando tras la muerte por sobredosis de mi colega desde crío, me di cuenta de que no podía parar, y que el próximo iba a ser yo. Me sentía culpable de que su mujer y dos hijos, arruinados, me pidieran explicaciones. Culpable de haberle dejado dinero el día que esnifó su última dosis. Culpable de haber robado a mis padres una vez más, para poder consumir coca con él…

    Aunque quisiera, no podía dejarlo. Era adicto a la cocaína y sólo quería morirme. Compré 2 gramos más que, con la borrachera desesperada que cogí, era consciente que podía acabar igual de mal.

    Una llamada de mis padres, me puso en manos de CITA. Me vi ingresado en el centro de Dosrius sabiendo que quería recuperar mi vida y pedirle perdón a la mujer de mi colega fallecido, y mi familia que a pesar de robarles, maltratarlos y destrozarles la vida, seguían esperando que me curase.

    En CITA entendí que enfermé por la cocaína, que había perdido el sentido de mi vida por culpa de las drogas y que tenía que tener el mismo valor para dejarlo, como cuando tuve el valor de consumir por primera vez, eso si con ayuda médica pues era imposible dejarlo solo, ya lo había probado…

    No confiaba de primeras, pero el tratamiento comenzó a hacer efecto cuando comencé a recuperar un horario, a cambiar hábitos, a hablar con el psicólogo de mis problemas encontrando soluciones y todo lo que no esperaba que fuese para mi.

    Meses después, recuperado y con fuerza para recuperar mi vida con fuerza, aun recuerdo que estuve a punto de acabar con mi vida y que mi familia me salvó la vida. Mi familia me salvó la vida y CITA me recuperó para disfrutarla. 

    Hoy siento que soy una persona nueva, siento que puedo ayudar a mi familia a recuperar todo lo que destruí por mi consumo de drogas.

    Autor: Comunicación Clínicas CITA

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