Testimonio ingresado por adicción al alcohol y a la cocaína

Pero sucedió lo que nunca pensé que sucedería: un milagro. No sé si fue poco a poco o de repente, pero algo empezó a cambiar y, después de haber tocado fondo, noté un empujón hacia la superficie.

Superar la adicción a la cocaína y alcohol

Ahora, un año y medio después de haber recibido el alta, abstinente y asumiendo responsabilidades, estoy encarando problemas y conflictos más antiguos y difíciles pero que es imprescindible que vaya gestionando para poder seguir creciendo.

El escrito de Jeff Foster que ahora transcribo me recuerda mucho mi proceso de sanación y lo traigo con la esperanza de que pueda también ser útil a otros. La primera parte me recuerda a una persona que supo creer en mí y me quiso y me espero incluso cuando yo no sabía reconocer su amor. La segunda parte me recuerda la ayuda que recibí de los profesionales de CITA. Sin todos ellos, yo no hubiera podido recorrer este camino. A ella y a los otros, muchas gracias.

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    ‘Tu no puedes salvar a nadie. Puedes estar presente ante ellos, ofrecer tu estabilidad, tu cordura, tu paz. Incluso puedes compartir tu camino con ellos, ofrecer tu perspectiva. Pero no puedes quitarles su dolor. No puedes recorrer su camino por ellos. No puedes ofrecerles respuestas correctas, ni tampoco respuestas que no sean capaces de digerir en ese momento.

    Ellos tienen que encontrar sus propias respuestas, plantear sus propias preguntas o bien perderlas, ellos tienen que hacerse amigos de su propia incertidumbre. Ellos tendrán que cometer sus propios errores, sentir sus propias tristezas, aprender sus propias lecciones.

    Si realmente quieren estar en paz, tendrán que confiar en el camino de sanación que se vaya revelando paso a paso. Pero tú no puedes sanarlos. No puedes ahuyentar su miedo, su ira, sus sentimientos de impotencia. Tú no puedes salvarlos o arreglarles las cosas. Si presionas demasiado, ellos podrían perder su tan singular camino. Tu camino podría no ser el de ellos.

    Tú  no creaste su dolor. Pudiste haber hecho o dejado de hacer ciertas cosas, dicho o no dicho ciertas cosas, detonando el dolor que ya estaba dentro de ellos. Sin embargo, tú no lo creaste y no eres culpable, incluso si ellos dicen que así fue.

    Tú puedes asumir la responsabilidad de tus palabras y acciones, sí, y podrías lamentarte por el pasado, pero no puedes borrar ni cambiar lo que ya pasó y no puedes controlar el futuro. Sólo puedes encontrarte con ellos aquí y ahora, en tu único lugar de poder. Tú no eres responsable de su felicidad y ellos no son responsables de la tuya.

    Tu felicidad no puede venir de fuera. Si es así, entonces se trata de una felicidad dependiente, una felicidad frágil que se convertirá en tristeza muy rápidamente. Y después te verás atrapado en una red de culpa, remordimiento y persecución. Tu felicidad está directamente relacionada con tu presencia, con tu conexión a tu aliento, a tu cuerpo, a la tierra.

    Tu felicidad no es pequeña y no puede ser eliminada por el miedo, la ira o la más intensa de las vergüenzas. Tu felicidad no es un estado, o una experiencia pasajera, o incluso un sentimiento que los demás puedan darte.

    Tu felicidad es inmensa, siempre presente, es el espacio ilimitado del corazón, donde la alegría y la tristeza, la felicidad y el aburrimiento, la certeza y la duda, la soledad y la conexión, incluso el miedo y el deseo, pueden moverse como el clima, como la lluvia y el sol, todo acogido en la inmensidad del cielo.

    Tú no puedes salvar a nadie y no puedes ser salvado si buscas quien te salve. No hay ningún yo que salvar, ningún yo que perder, ningún yo que defender, ningún yo que hacer perfecto o perfectamente feliz.

    Deja ir cualquier ideal imposible. Tú eres hermoso en tu imperfección, escandalosamente perfecto en medio de tus dudas; amoroso incluso en medio de tus sentimientos poco amorosos. Todas esas partes son parte de la totalidad y tú nunca fuiste menos que la totalidad.

    Estás respirando. Sabes que estás vivo. Tienes el derecho a existir, a sentir lo que sientes, a pensar lo que piensas. Tienes derecho a tu alegría y derecho a tus tristezas. Tienes derecho a dudar también.

    Tienes derecho a recorrer tu camino. Tienes derecho a estar en lo correcto y derecho a equivocarte. Tienes derecho esta gigante felicidad que conociste cuando eras pequeño. Estás respirando y eres inseparable de la fuerza de la vida que anima todas las cosas y que se descubre a sí misma en cada momento de esta increíblemente maravillosa existencia.

    Tu autoestima no está ligada a lo que los demás piensen de ti. Está ligada a la luna, a la expansión infinita del cosmos, a los cometas que se lanzan hacia destinos desconocidos, al olvido del tiempo y al amor a la soledad, y a esa inefable gratitud por cada nuevo amanecer inesperado’

    Autor: Comunicación Clínicas CITA

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