De hecho, la pregunta debería formularse al revés: ¿deben prohibirse algunas drogas como el cannabis, la mescalina o el LSD?
La prohibición siempre ha fracasado en las sociedades en la que los consumidores que tienen medios puedan ejercer la libertad de elección. Si eligen tomar drogas, ninguna ley va a impedírselo. La prohibición puede limitar el abastecimiento durante un tiempo, pero esto sólo hará que los precios suban o que se adultere más la composición.
Quizás no se trata de legalizar sino de cómo legalizar. Y a esa cuestión la historia no facilita ninguna respuesta satisfactoria. Resulta fácil decir que, ya que no pueden prohibirse las drogas, éstas deberían regularse, pero en la práctica esto plantea nuevas dificultades. Porque hay muchos mitos y falsas creencias, además de importantes intereses económicos, que condicionan esta decisión.
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Muchas personas no aceptan, por ejemplo, la realidad de que el alcohol es una droga, y mucho más peligrosa que la mayoría de las que están prohibidas. Por otro lado, aceptan las fantasías repetidas sobre otras drogas. Creen, por ejemplo, que todo el que tome heroína una vez puede esclavizarse de por vida. Luego existe el mito permanente de que las drogas pueden convertir al ciudadano normal y corriente en un maníaco.
A pesar de todo, no hay que poner en duda que una droga, cualquier droga, puede precipitar un cambio de carácter. Pero la enfermedad está en el individuo o en su estilo de vida, no en la droga. Y la mayoría de los problemas que han surgido al buscar una solución al problema de las drogas, se deben al fracaso dela sociedad para hacer esta distinción. Sin embargo, sigue existiendo un último razonamiento a favor del status quo. Puede que las drogas no sean la causa de los males, al igual que los coches no son la causa de los accidentes de tráfico, pero en manos irresponsables las drogas, al igual que los coches, pueden ser mortales. ¿No requiere esto la intervención de los poderes públicos para proteger a la sociedad?
Visto desde este punto de vista, las drogas tienen tres peligros principales. Indiscutiblemente, el más serio es la intoxicación. A largo plazo, aunque el hombre tiene una capacidad asombrosa para sobrevivir a las sustancias tóxicas, puede demostrarse que determinadas drogas tienen consecuencias nocivas, y, a corto plazo, las personas que están bajo su influencia pueden tener conductas muy destructivas. Pero, como la sustancia tóxica que tiene el peor historial a largo plazo para la salud es el tabaco, y la que tiene el peor registro de accidentes a corto plazo es el alcohol, esto representa una razón para una regulación más estricta de las drogas establecidas, más que de las que son ilegales.
El riesgo de la adicción, que es la segunda razón que se da frecuentemente cuando se defiende una política represora de las drogas, se ha demostrado que es menos un problema de drogas, en el sentido estricto, que una enfermedad psicológica. A menos que todo tipo de drogas pudieran eliminarse del mercado, no vale la pena esperar que puedan ser combatidas por la legislación.
Es la tercera, consecuencia del consumo de drogas, la que representa un auténtico problema; el historial del cambio de personalidad que algunas personas experimentan como resultado del consumo de cannabis o LSD es mucho mejor que el alcohol o el tabaco. No intoxican, a menos que se tomen en dosis muy grandes, no producen adicción, y sus efectos adversos sobre la salud son relativamente insignificantes. Pero plantean a la sociedad un problema al que ésta no ha querido hacer frente. Puede que la gente necesite estas drogas; no en sí mismas, sino como una preparación para el restablecimiento del vínculo entre la consciencia y todo lo que hay más allá de ella.
El consumo moderado de drogas, y también el abusivo, son un reflejo de la sociedad, de sus tensiones, de sus valores, y de sus necesidades. Y no se podrán regular las drogas hasta que la sociedad no cambie.
Autor: Comunicación Clínicas CITA