No creer que uno es merecedor de ser querido o creer que uno no es lo suficiente bueno para los demás, genera emociones dolorosas que pueden conducir al desarrollo de una adicción. Se trata de una creencia estructural, expresada de distintos modos en función del individuo, pero que puede resumirse en los siguientes sentimientos: soy malo, soy egoísta, no sirvo para nada…
Al no percibir que uno es un ser humano digno de ser querido y valioso de por sí, uno se siente arrastrado a la inseguridad y a buscar una salida fácil para revertir esta situación. Entonces uno puede buscar convertirse en alguien perfecto, admirado o reconocido a través de los efectos de una sustancia o de una conducta adictiva. Pero, al no conseguirlo de manera total y permanente, lo sigue intentando una y otra vez. El adicto substituye el dolor de no ser suficientemente bueno y competente por la ilusión de poder conseguirlo.
El adicto hace una proyección: yo no poseo estas cualidades pero otras personas, sustancias o factores externos sí que las poseen. Y estas cosas son fáciles de comprar y sus efectos son inmediatamente gratificantes y menos dolorosas que la realidad cotidiana en la que vive.
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La sensación artificial de poder y de control que da la sustancia o la actividad borra la dolorosa realidad, y lo hace inmediatamente. Y este control sobre nuestra mente y nuestro corazón es adictivo porque parece borrar de golpe las carencias y las limitaciones.
El adicto prefiere no sentir determinadas emociones y sentimientos, pero estos sentimientos no desaparecen sólo con taparlos.
La cocaína, por ejemplo, nos puede dar la imagen de que somos enérgicos, competentes, seguros. Y del mismo modo actúa la adicción a las compras, al trabajo, al deporte o al juego. Pero, cuanto más nos esforzamos en conservar una falsa imagen de nosotros más nos alienamos de nosotros mismos. Y el resultado es el vacío, ya que nos olvidamos de nuestro verdadero yo para apoyarnos en algo externo.
Es por ello que hay varias características que definen una personalidad adictiva. La mayoría de adictos tienen problemas relativos al poder y al control. Igualmente, la mayoría de los adictos no asumen una adecuada responsabilidad en cuanto a su vida. Pero, del mismo modo que nadie está libre de riesgos de convertirse en un adicto, ello no significa que todos estemos condenados a caer en la adicción, incluso teniendo estos rasgos. Lo que sí está claro es que tener conciencia de estos rasgos nos ofrece mejores condiciones de vivir plenamente sin tener que recurrir a una adicción.
Autor: Comunicación Clínicas CITA