Un refugio para protegerme

Estoy aquí porque tengo problemas con el alcohol, no sé controlarlo y más bien me controla él a mí. Hoy he tenido terapia con la psicóloga y ella me ha pedido que hiciera un ejercicio de memoria para averiguar –más allá de las circunstancias- qué emociones son las que me llevan de nuevo a consumir.

Es confuso todavía pero este esfuerzo me ha llevado al inicio, a la primera vez que me emborraché. Tenía 9 años, estaba en una fiesta de fin de año, y yo y mi primo nos bebimos a escondidas todos los “culos” de los vasos de la fiesta. Aún recuerdo el malestar y la inmensa tristeza que se apoderó de mí; sólo tenía ganas de llorar. Mi primo, asustado, fue a buscar a mi madre. Recuerdo cómo ella me cogió en sus brazos con una dulzura y una comprensión que jamás me había mostrado. Me metió en la ducha, escuchó mi llanto, me consoló con palabras dulces y me arropó acariciándome. A pesar de mi malestar, yo quería que ese momento durase eternamente. Mi madre nunca se había portado como una madre atenta, comprensiva y cariñosa conmigo y creo que ese momento es uno de los pocos recuerdos afectuosos que tengo de ella.

Ahora, después de estos días de reflexión, creo entender que bebo para volver a experimentar las mismas sensaciones que esa primera vez: por un lado el sentimiento de malestar, de dolor, de pena y de incomprensión; después es como si el alcohol me arropara, me consolara, me dijera que yo soy lo más bonito del mundo y me ofreciera un refugio para protegerme.

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    Tengo 44 años y soy madre de dos niños a los que he cuidado y mimado con todo mi corazón. Y soy consciente de que no necesito más alcohol para poder recibir amor.

    Autor: Comunicación Clínicas CITA

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