El relato
Estoy aquí porque tengo problemas con el alcohol, no sé controlarlo y más bien me controla él a mí. Hoy he tenido terapia con la psicóloga y ella me ha pedido que hiciera un ejercicio de memoria para averiguar –más allá de las circunstancias- qué emociones son las que me llevan de nuevo a consumir.
Es confuso todavía pero este esfuerzo me ha llevado al inicio, a la primera vez que me emborraché. Tenía 9 años, estaba en una fiesta de fin de año, y yo y mi primo nos bebimos a escondidas todos los “culos” de los vasos de la fiesta. Aún recuerdo el malestar y la inmensa tristeza que se apoderó de mí; sólo tenía ganas de llorar. Mi primo, asustado, fue a buscar a mi madre.
Recuerdo cómo ella me cogió en sus brazos con una dulzura y una comprensión que jamás me había mostrado. Me metió en la ducha, escuchó mi llanto, me consoló con palabras dulces y me arropó acariciándome. A pesar de mi malestar, yo quería que ese momento durase eternamente. Mi madre nunca se había portado como una madre atenta, comprensiva y cariñosa conmigo y creo que ese momento es uno de los pocos recuerdos afectuosos que tengo de ella.
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Ahora, después de estos días de reflexión, creo entender que bebo para volver a experimentar las mismas sensaciones que esa primera vez: por un lado el sentimiento de malestar, de dolor, de pena y de incomprensión; después es como si el alcohol me arropara, me consolara, me dijera que yo soy lo más bonito del mundo y me ofreciera un refugio para protegerme.
Tengo 44 años y soy madre de dos niños a los que he cuidado y mimado con todo mi corazón. Y soy consciente de que no necesito más alcohol para poder recibir amor.»
Opinión de un profesional
Este relato ofrece una perspectiva profunda y conmovedora sobre las raíces psicológicas de la adicción al alcohol. Desde la psicología de las adicciones, varios conceptos clave pueden ayudar a entender esta experiencia:
1. Primera exposición temprana y trauma emocional
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El primer contacto con el alcohol a los 9 años está marcado por emociones intensas: malestar físico, tristeza y, posteriormente, un raro momento de conexión afectiva con la madre.
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Riesgo de adicción: La exposición temprana a sustancias (especialmente en contextos emocionalmente cargados) aumenta la vulnerabilidad a desarrollar dependencia, ya que el cerebro aún está en desarrollo y puede asociar el consumo con mecanismos de regulación emocional.
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Trauma y memoria emocional: La experiencia no solo involucra el alcohol, sino también una situación traumática (vergüenza, dolor) seguida de un refuerzo positivo (el cuidado materno). Esto crea una ambivalencia emocional que puede haber quedado grabada en la memoria como un evento significativo.
2. Automedicación emocional
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El alcohol parece funcionar como un regulador emocional para gestionar sentimientos de tristeza, incomprensión y vacío.
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Hipótesis de la automedicación (Khantzian): Las personas con adicciones suelen usar sustancias para aliviar estados emocionales dolorosos. En este caso, el alcohol podría estar cumpliendo dos roles contradictorios:
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Repetición del dolor: Revive la tristeza inicial asociada a la carencia afectiva («malestar, dolor, pena»).
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Consuelo simbólico: Imita el cuidado materno («arropo», «protección»), actuando como un sustituto de la conexión emocional que faltó en la infancia.
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3. Vinculación afectiva y teoría del apego
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La madre es descrita como distante, lo que sugiere un apego inseguro (posiblemente evitativo o ambivalente). El episodio de cuidado tras la borrachera fue una excepción, creando un recuerdo idealizado.
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Dinámica paradójica: El alcohol se asocia al único momento en que recibió consuelo incondicional, lo que podría generar una dependencia emocional hacia la sustancia como «objeto transicional» (Winnicott), es decir, un recurso para calmar la ansiedad ante la falta de seguridad afectiva.
4. Refuerzo conductual y condicionamiento clásico
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El episodio de la infancia establece un ciclo de refuerzo:
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Estímulo negativo (malestar emocional) → Consumo de alcohol.
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Consecuencia positiva (atención materna) → Alivio y conexión afectiva.
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En la adultez, este patrón se repite: el alcohol actúa como un consuelo condicionado, asociado al alivio de emociones dolorosas, incluso si luego genera consecuencias negativas.
5. Insight y recuperación
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La conciencia de que «no necesito más alcohol para recibir amor» refleja un cambio cognitivo-emocional crucial.
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Reestructuración narrativa (terapia): Al explorar el origen de la adicción, se desvincula el trauma infantil del consumo actual. Esto permite construir una identidad alejada de la sustancia (ej.: «soy madre que da amor» vs. «soy alguien que necesita alcohol»).
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Recursos protectores: El rol materno y la capacidad de cuidar a otros pueden actuar como factores de resiliencia, reemplazando la función que antes cumplía el alcohol.
6. Desafíos en el proceso terapéutico
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Integración emocional: Trabajar la ambivalencia hacia la figura materna (deseo de amor vs. su ausencia) para evitar que el alcohol siga siendo un «puente» hacia esa necesidad.
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Desaprender el condicionamiento: Sustituir el consumo por estrategias de regulación emocional más saludables (ej.: mindfulness, conexión con los hijos, terapia de aceptación y compromiso).
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Duelo por la carencia infantil: Reconocer y procesar el dolor de no haber recibido el afecto esperado, lo que reduce la necesidad de «reenactuar» ese vacío mediante el alcohol.
Este relato ilustra cómo las adicciones suelen ser intentos desesperados de sanar heridas emocionales antiguas. El alcohol no era solo una sustancia, sino un símbolo de consuelo y conexión. La terapia, al deconstruir estos significados, te permite reescribir tu historia desde el autocuidado y el amor que ahora das y recibes de tus hijos. Este proceso no solo aborda el consumo, sino la reparación de un vínculo afectivo que estuvo fracturado durante mucho tiempo. 🌱
Autor: Comunicación Clínicas CITA